Comfort food: comida tradicional y sencilla que evoca los momentos más felices

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Comfort food: comida tradicional y sencilla que evoca los momentos más felices

Te propongo una pregunta: si vuelves a tu infancia ¿el aroma de qué comida te hacía la boca agua, cuando abrías la puerta de tu casa al llegar del colegio? ¿el olor a queso gratinado de unos canelones? ¿el aroma de un suculento caldo de cocido? ¿el ahumado de una paella a la leña? Si ya tienes tu respuesta y perfectamente identificada la receta que te evoca ese recuerdo, estás a un paso de entender qué es el Comfort Food. Porque, ni más ni menos, este concepto culinario se refiere a una cocina que vuelve a las recetas tradicionales, los platos de nuestras madres y abuelas, aquellas elaboraciones que, con tan solo olerlas, nos reconfortan y generan en nosotros un sensación de bienestar, calma y felicidad.

Aunque este concepto viene de antiguo, el termino comenzó a utilizarse en los Estados Unidos en la década de los 2000 y se afianzó con la crisis de 2008. Ante la inestabilidad económica, muchas personas necesitaban sentir sensación de seguridad, encontrar algo que aportara a sus vidas esa tranquilidad que la crisis les había robado. Y lo hallaron en la comida. La Comfort Food se convirtió en su válvula de escape, en su retorno a tiempos más felices y sosegados. Tal vez por este motivo, esta tendencia gastronómica no para de sumar adeptos desde el inicio de la pandemia.

En qué se basa el Comfort Food

En tiempos difíciles el momento de sentarnos a comer es, más que nunca, nuestro pequeño “kit-kat” de placer, de desconexión con una realidad que a veces no es demasiado alentadora. Un sabor o un olor de un plato, que hemos disfrutado en el pasado, nos transporta automáticamente a esos momentos felices, contagiándonos aquella emoción o sensación positiva que vivíamos al degustar aquella receta.

Podríamos decir que los platos Comfort Food tienen un efecto similar al de los perfumes, pues nos transportan a una situación y un estado emocional concreto. De hecho, el olfato es nuestro sentido más instintivo, ya que los aromas van directamente al sistema límbico, la parte más primitiva del cerebro, allí donde se procesan las emociones y la memoria. Por ello, cuando degustamos nuestro plato favorito de la infancia, recuperamos esa sensación de placer y seguridad que sentíamos cuando éramos niños.

Por tanto, casi podríamos decir que cada uno de nosotros tenemos nuestro propio Comfort Food, nuestro particular recetario de comida, que nos trasmite sensaciones placenteras. Pero, seguramente, muchos coincidiríamos en elaboraciones como la tortilla de patata, las croquetas, la sopa de cocido, los estofados, el potaje de garbanzos, los macarrones o canelones gratinados o postres como las natillas, el arroz con leche, las torrijas o un buen bizcocho casero. En definitiva, el Comfort Food habla de la tradición culinaria de cada familia, región o país.

Más allá de estos platos o recetas, el Comfort Food también engloba a productos o alimentos tradicionales como la leche fresca, sin procesar, descremar o quitarle la lactosa, la mantequilla de verdad, la miel o las especias. En resumen, hablamos de paltos y alimentos que reconfortan y alimenta el cuerpo, el corazón y el alma.

Defensores y detractores

Los adeptos al Comfort Food defienden que, más allá de que estos platos tengan más o menos calorías o contengan más o menos grasa, los beneficios que aportan superan con creces todo ello. Se trata de una comida casera, que utiliza productos de primera calidad y cercanía, sencilla, fácil de elaborar y mucho más económica. Y la sensación de bienestar que nos provoca no solo nos beneficia en el momento, sino que influye directamente en nuestro estado de ánimo y en nuestra salud física y mental. Además, aseguran que no por ser más elaborada ha de ser menos saludable. Muchas de esas comidas tradicionales no solo no están cargadas de grasas o azúcar sino que tampoco utilizan conservantes, aditivos y otras sustancias mucho más perjudiciales que los ingredientes de la cocina de toda la vida.

En la otra cara de la moneda encontramos a los detractores de esta corriente culinaria. Defienden que hasta un 60% de este tipo de comida no es saludable y que simplemente se utiliza para huir de una realidad que no nos gusta o aliviar, momentáneamente, sentimientos negativos. Una sensación de bienestar pasajera, basada en el placer que generan los alimentos cargados de carbohidratos, grasas saturadas, sal o azúcar. Aseguran que es el mismo proceso que ocurre cuando estamos deprimidos y nos damos un atracón de chocolate, helado o dulces. Productos que producen una liberación de dopamina, el neurotransmisor encargado de regular nuestra sensación de placer. En definitiva, defienden que esa sensación placentera más allá de reconfortarnos puntualmente, solo sirve para engordar y aumentar nuestro colesterol, lo que antes o después torna nuestra felicidad en depresión.

En resumen, la comida Comfort Food, poco tiene que ver con la moda healthy, basada en productos a penas cocinados, sin grasas y que considera a los hidratos de carbono como el peor enemigo sobre el planeta. Tampoco se asemeja a la cocina moderna, minimalista, basada en raciones mínimas, esferificaciones o deconstrucciones y ni que decir tiene que está a años luz de los productos foodtech. Pero, lo que nadie puede negar es que todos y cada uno de nosotros guardamos en nuestra memoria algunos de esos platos que nuestras madres y abuelas elaboraban con mimo, a base de productos de primera calidad, ni procesados, ni precocinados. Recetas que a día de hoy les seguimos pidiendo y que han pasado de generación en generación haciéndonos la vida un poquito más feliz y sabrosa.

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