¿Comes a todas horas, de manera impulsiva y descontrolada y sin tener apetito? Si es así, muy probablemente seas víctima del hambre emocional. No comes para alimentarte o por necesidad fisiológica, lo haces por una carencia psicológica o por algún problema personal que no sabes gestionar. Si analizas las situaciones que te llevan a atacar la nevera, seguramente, te darás cuenta de que estabas ansioso, estresado, aburrido o triste y la comida no ha sido más que una válvula de escape, un momento de placer, que te sirve para enmascarar lo que no te gusta o te hace daño. Pero no por ser habitual esta conducta es menos peligrosa, pues podría poner en riesgo tu salud. Sobrepeso, obesidad, o trastornos alimenticios como la bulimia, son las consecuencias más frecuentes de una conducta que nos lleva a comer productos cargados de azúcar, grasas, hidratos de carbono y otros aditivos nocivos.
Cómo detectar que somos víctimas del hambre emocional
La primera pregunta que deberíamos hacernos es: ¿cuántas veces como porque tengo hambre y cuántas lo hago sin apetito? Si el segundo caso gana por goleada, deberías seguir cuestionando tu comportamiento: ¿qué estaba pensando o que sentía antes de decidirme a comer? ¿por qué como? ¿es cuando estoy aburrido, estresado o triste? ¿es la respuesta inmediata a un disgusto o a la soledad?
Si las respuestas a estas preguntas no han sido suficientemente clarificadoras, tal vez te ayude conocer cuáles son las principales características del hambre emocional:
- Urgencia de comer, aunque realmente no se siente hambre fisiológica.
- Conducta descontrolada. Se come de forma impulsiva. No sabes por qué, pero tienes que comer y no puedes controlar esa necesidad.
- Sentimiento de culpa. Si cuando comes porque tienes apetito te sientes saciado, a gusto y satisfecho, cuando comes en respuesta a emociones negativas acabas sintiéndote culpable e insatisfecho, pues, obviamente, la comida no consigue solucionar el problema origen de tu hambre emocional. Al darte cuenta de que no te sientes mejor, sobreviene la tristeza y la decepción.
Pautas para controlar el hambre emocional
Si con todo lo anterior, crees que definitivamente eres presa del hambre emocional, no busques atajos y ponte en contacto con un profesional, que atacará el problema de raíz y evitará problemas físicos y psicológicos más graves. Él es, sin duda, la ayuda que necesitas, pero también puedes poner en práctica algunos consejos:
- Elabora un menú diario. Tener un planning semanal de comidas sanas, nutritivas y equilibradas te ayudará a saber exactamente qué vas a comer cada día y cuándo vas a hacerlo. Todo lo que esté fuera de esta planificación será innecesario y no responderá a una necesidad fisiológica.
- Come frutas y verduras. En general deberías optar por productos saludables, pero las frutas y las verduras tienen la ventaja de que, gracias a su fibra, son muy saciantes y el azúcar natural que contienen evita que tus “antojos” emocionales se conviertan en un festín de bollería, pasteles y otros productos nada saludables.
- Bebe agua antes de comer o cuando tengas el impulso de comer cuando no toca. Al llenar tu estómago la sensación de ansiedad y la necesidad de comer de forma compulsiva se calmará.
- Reflexiona. Antes de lanzarte a la nevera, para un momento, reflexiona e intenta identificar por qué vas a comer. Si realmente sientes hambre continua con tu propósito, pero si no es así da marcha atrás y espera a cuando de verdad tengas apetito.
- Come despacio, tranquilo y sentado. Una vez más, las prisas son malas consejeras. Reserva al menos 20 minutos para cada comida, mastica despacio y disfruta de cada bocado.
- Utiliza todos tus sentidos, no solo el del gusto. Debes poner toda tu atención en las sensaciones que nos produce la comida, desde antes incluso de meterla en la boca. Su olor, su tacto, su textura…
- No compres lo que no debas comer. Generalmente, cuando comemos para superar un mal momento optamos por productos procesados, cargados de azúcar, grasa y aromatizantes. Por tanto, la mejor manera de no caer en la tentación es evitar la tentación. Si no los tienes en casa no los comerás.
- Haz ejercicio. El deporte es tu mejor aliado, tanto contra el impulso de comer sin sentido como para reducir la ansiedad, la tristeza o el aburrimiento. Hacer ejercicio libera endorfinas (el denominado opio natural), una hormona que provoca sensación de paz, placer, tranquilidad, optimismo y felicidad.
- Practica el mindful eating. Esta técnica se está usando cada vez más como complemento a los tratamientos de los trastornos alimenticios. Nos enseña a disfrutar la comida de forma consciente y sin remordimientos. A través de diferentes prácticas, como tomarse tiempo para reflexionar antes de comer, respirar y relajarse u observar por qué se tiene ganas de comer, el mindful eating nos ayuda a disfrutar de los alimentos de una manera más transcendente. Comer una simple manzana puede ser todo un placentero ritual que nos lleva a disfrutar de su belleza, aroma o textura y a valorar cada alimento por lo que nos aporta, por lo que nos hace sentir y por el esfuerzo y dedicación que han sido necesarios desde su origen hasta nuestra mesa.
Una vez más, insistimos en que todos estos consejos pueden ayudarte, pero, sin duda, un profesional de la psicología es la persona indicada para trabajar tus emociones y canalizarlas de forma saludable para que no tengas que recurrir a la comida para esconder tus problemas.