Así es, la Fast Food o comida rápida no tiene por qué ser perjudicial para la salud. La mejor prueba de ello es la Fast Good, la nueva tendencia gastronómica que sube enteros cada día en todo el mundo, apostando por la inmediatez, pero sin descuidar la calidad, la sostenibilidad y el consumo de productos saludables.
Esta comida rápida y buena tiene su origen en los restaurantes Fast-Casual, que nacieron en EEUU en la década de los 90, como competencia directa de los locales de comida basura. En ellos seguía primando la rapidez en el servicio, pero no en detrimento del valor nutricional.
Aunque su aparición en las principales capitales europeas es relativamente reciente, apenas 15 años, rápidamente sedujo a algunos de los más reconocidos chefs como Ferrán Adriá, Marc Veyrat o Paul Bocuse. Los consumidores están cada vez más preocupados por la procedencia de las materias primas y los procesos de elaboración de los productos, por conseguir una alimentación equilibrada y por la propia salud y la del planeta. Y, además, quieren conseguir todo ello en una sociedad que se caracteriza por las prisas y la inmediatez.
Para dar respuesta a esta creciente demanda, la industria alimentaria está redefiniendo el concepto de comida rápida, mediante el uso de productos más sanos, más equilibrados y naturales. Por otra parte, en los últimos años han surgido nuevos restaurantes que quieren hacer de su propuesta gastronómica el mejor garante del bienestar de los ciudadanos y de la salud del planeta. Esta propuesta se basa en menús informales en los que el consumidor come de manera saludable, consciente y sostenible, manteniendo su ritmo frenético de vida.
Los principios que rigen esta tendencia persiguen dar respuesta a una población que cuenta con muy poco tiempo para comer pero que no quiere convertir su alimentación en una bomba de relojería contra su salud, su forma física o su línea:
Más allá de los incuestionables beneficios que aporta a la salud de los consumidores y al medioambiente, esta nueva forma de comer no solo supone un ahorro de tiempo sino también de dinero, tanto para los comensales como para los chefs y los dueños de los locales, pues las elaboraciones son mucho más sencillas y utilizan técnicas como la cocción, la plancha o el asado, que no solo reducen el tiempo de cocinado y con ello el gasto de energía, sino que también optimizan la productividad.
En definitiva, la Fast Good se basa en la misma filosofía de rapidez, comodidad y variedad de la Fast Food, pero sustituyendo las grasas trans, los azúcares, los aditivos y en definitiva, los productos insanos, por ingredientes saludables, que benefician al consumidor y al planeta. Y todo ello sin renunciar al placer de comer, al disfrute y al sabor, que han conseguido que esta tendencia haya llegado para quedarse.
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